El Papa Juan Pablo II
en el mensaje para la jornada de la Vida Religiosa el 2 de febrero de 1997, nos
dice que la finalidad de dicha jornada es por tanto triple: en primer lugar,
responde a la íntima necesidad de alabar más solemnemente al Señor y darle
gracias por el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra a la comunidad
cristiana con la multiplicidad de sus carismas y con los edificantes frutos de
tantas vidas consagradas totalmente a la causa del Reino. Nunca debemos olvidar
que la vida consagrada, antes de ser empeño del hombre, es don que viene de lo
Alto, iniciativa del Padre, "que atrae a sí una criatura suya con un amor
especial para una misión especial" (ib., 17). Esta mirada de predilección
llega profundamente al corazón de la persona llamada, que se siente impulsada
por el Espíritu Santo a seguir tras las huellas de Cristo, en una forma de
particular seguimiento, mediante la asunción de los consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia. Estupendo don.
"¿Qué sería del mundo si no existieran los
religiosos?", se preguntaba justamente santa Teresa (Libro de la vida, c.
32,11). He aquí una pregunta que nos lleva a dar incesantes gracias al Señor,
que con este singular don del Espíritu continúa animando y sosteniendo a la
Iglesia en su comprometido camino en el mundo.
En segundo lugar, esta Jornada tiene como finalidad
promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida
consagrada.
Como ha subrayado el Concilio (cfr. Lumen gentium,
44) y yo mismo he tenido ocasión de repetir en la citada exhortación
apostólica, la vida consagrada "imita más de cerca y hace presente
continuamente en la Iglesia la forma de vida que
Jesús, supremo consagrado y
misionero del Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que le
seguían" (n. 22). Esta es, por tanto, especial y viva memoria de su ser
de Hijo que hace del Padre su
único Amor he aquí su virginidad, que encuentra en Él su exclusiva riqueza he
aquí su pobreza y tiene en la voluntad del Padre el "alimento" del
cual se nutre (cfr Jn 4,34) -he aquí su obediencia.
Esta forma de vida
abrazada por Cristo y actuada particularmente por las personas consagradas, es
de gran importancia para la Iglesia, llamada en cada uno de sus miembros a
vivir la misma tensión hacia el Todo de Dios, siguiendo a Cristo con la luz y
con la fuerza del Espíritu Santo.
La vida de especial consagración, en sus múltiples
expresiones, está así al servicio de la consagración bautismal de todos los
fieles. Al contemplar el don de la vida consagrada, la Iglesia contempla su
íntima vocación de pertenecer sólo a su Señor.
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